En España tenemos la desorbitante cifra de 50.000 presos repartidos por todas las prisiones del país, muchas de ellas sobrepasando el número máximo de presos para las que fueron construidas, problema que se agrava cada día más teniendo en cuenta que cada año entran 5.000 nuevos “residentes”. Si añadimos a esto la falta de medios existentes, podemos afirmar que la cárcel no cumple su supuesto papel de reinserción (el 60% de las personas que pasan por prisión vuelve a ser encarcelado otra vez). Las vejaciones y abusos son constantes por parte de los carceleros, y también entre los presos, situación que se ve facilitada por la extrema jerarquización de la comunidad carcelaria, incluso entre los propios presos.
En este mundo oscuro del que la sociedad civil poco o nada sabe ni quiere saber, el 60% de los presos son drogodependientes, y son carceleros quienes introducen la droga allí. De hecho en la cárcel es mucho más fácil conseguirla que fuera. Y la situación de enfermos graves es penosa (50% de los presos están en esta situación en mayor o menor medida) ya que no se excarcela a nadie con enfermedades terminales y la asistencia sanitaria es terriblemente deficiente, de modo que muchos mueren entre rejas sin el tratamiento adecuado, y por supuesto sin dignidad, como ratas. El 50% son analfabetos, y si hablamos de inmigrantes esta cifra sube al 80% (un 30% de los presos son extranjeros).
Pero si analizamos de cerca el problema, nos daremos cuenta de que sumando drogodependientes, enfermos mentales e inmigrantes son en conjunto el 80% de los encarcelados, y también los colectivos más marginados de esta sociedad. Por un lado los inmigrantes que delinquen lo hacen, como todo el mundo, por desesperación. Son personas que han escapado de países donde la miseria y la falta de futuro les ahogaban, y cuando llegan aquí se han dado cuenta de que esta sociedad no es la panacea. Sufren situaciones de marginalidad, si trabajan lo hacen en los trabajos más duros y muchas veces sin formalizar contratos y estando sin papeles, con lo que viven explotados como esclavos sin la posibilidad de protestar, ya que el miedo a ser expulsados se lo impide. Si sumamos a esto que viven en una sociedad extraña que en muchos casos les rechaza y tenemos en cuenta que viven lejos de sus familias y seres queridos, nos damos perfectamente cuenta de que son caldo de cultivo de la delincuencia menor. La sociedad actual les empuja a su situación y no podemos esperar que no haya algunos de ellos que caigan en la delincuencia, y antes o después en el sistema carcelario.
También el caso de los enfermos mentales es indignante, ya que en vez de ser tratadas sus enfermedades mentales se les introduce en el inframundo de la prisión, donde sus enfermedades se acentúan y su tortura es aún mayor que la del resto de los presos. Por otro lado tenemos a los drogodependientes, que en muchos casos delinquen por las mismas causas que los inmigrantes (la desesperación y la marginalidad no tienen fronteras) pero además hay que añadir que están atados a su dosis. Y ya hemos visto que las prisiones no cumplen una misión reinsertadora, sino todo lo contrario, ya que la droga es introducida por carceleros, a los que les sirve como método de coacción de los presos y para tener una cárcel tranquila que no protesten. Por supuesto son muchos los que al tener que enfrentarse a años de cárcel, desesperados, caen en la drogadicción en la misma prisión que en teoría debería reinsertarlos. Y es que la cárcel produce todo lo contrario: la degradación del individuo, y en el fondo sirve para “quitar de en medio” las víctimas de esta sociedad que molestan y que nadie quiere conocer.
Desinformación, incertidumbre, inseguridad, desequilibrios síquicos, esquizofrenia, aislamiento de la familia, de las amistades y de la sociedad, maltratos y algunos casos de torturas, deterioro personal y físico, falta de libertad de expresión (y si protestas atente a las consecuencias), falta de salud (no hay derecho a una muerte digna), falta de intimidad, y también de preparación para la libertad cuando cumplan la pena.
Esta es la realidad de la prisión, que se nos oculta y que sólo entrevemos cuando en las noticias aparecen motines, o cuando oímos que los grandes delincuentes (políticos, empresarios y estafadores de alto nivel, siempre relacionados con el poder) salen de la cárcel (la de los ricos, claro), a los pocos meses de haber entrado.
De modo que me gustaría plantearme la siguiente pregunta: ¿es el fracaso de los profesionales que nos enfrentamos a situaciones extremas como a las que se suelen enfrentar trabajadores sociales como educadores que una persona ingrese finalmente en prensión?
En Andalucía, el trabajo social y la educación social son profesiones copo valorado e incluso poco demandadas. Aun en los tiempos que corren, es muy desconocida, la gente se sorprende cuando nos pregunta que estudiamos, la mayoría de personas no sabe a lo que se dedica un trabajador social, y eso es peligroso, puesto que podemos entender con ello que la persona no es consciente de los recursos con los que cuenta como ciudadano. Recursos no solo económico sino de apoyo, valoración, seguimiento de la situación…
No obtante, esto mismo ocurre en las prisiones españolas, son escasos los profesionales en el ámbito de lo social que se encuentran trabajando con la persona presidiaria. Labor no solo importante para la reinserción sino para la mejora de su estancia en ésta. A veces escuchamos que “los presos están mejor en prisión que en su propia casa”, es por ello por lo que he querido replantear esta serie de críticas hacia las instituciones penitenciarias, porque la ciudadanía no es consciente de las carencias que dicho colectivo obtiene dentro de ella. No solo por tener una tele en la celda, o tener una videoconsola para matar el tiempo hablamos de bienestar, puesto que el requisito fundamental para su felicidad y para ser contado como ciudadano es la libertad. La mayoría de presos se sienten ignorados, apartados incluso enjaulados en un lugar sin salida, lugar en la que a medida que pasa el tiempo la persona comienza a deteriorarse, viéndose afectadas tanto sus habilidades sociales como su desarrollo cognitivo. El hombre se creó para vivir en sociedad de manera libre y adecuada. Por tanto si ésta comete la inflación de una norma, debemos de trabajar con la persona, para saber el motivo que le llevó a dicha situación, estudiar el caso y lograr nuestra actuación que dicho colectivo DESAPRENDA LO APRENDIDO. De lo contrario, la situación empeorará y llegará el momento en que haya más personas presas que gente en libertad.
Y para concluir, añadir que no solo “el yonki” de turno se puede ver en la cárcel, todo el mundo por circunstancias externas o internas a su persona se puede ver envuelto en un tupido velo de desamparo, porque no tiene el apoyo de su familia, soledad, deterioro físico y psíquico de la persona... De modo que cualquier persona puede llegar a estar en esta situación, sin embargo son una seríe de factores de riesgo los que hacen a la persona ser más vulnerable o menos ante esta situación.
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